miércoles, 23 de junio de 2010

"La emoción mas antigua" Graciela Cabal


Prólogo de



“La emoción mas antigua”


Graciela Beatriz Cabal



Dicen que los coleccionistas suelen ser personas de larga vida. Parece que a ellos nunca les llega la hora de morirse. Mejor dicho, sí, les llega, igual que a todo el mundo, pero los coleccionistas se resisten a morir. Y no se mueren. ¿Y eso por qué? Porque a su colección- mas bien a sus colecciones- siempre les anda faltando algo…
Caso parecido, creo yo, es el de los lectores. Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor, de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “¿Y ahora, qué va a ser de mi?”.

Mi papá era un lector de ésos. “Todavía no me puedo morir –decía, disculpándose-:tengo que terminar El otoño del patriarca…” Y no se moría. Porque antes de terminar ese libro ya empezaba otro. Y entonces era cosa de nunca acabar. Una estrategia, como cualquier otra. Es que para lectores así, la muerte es un verdadero escándalo. Con todo lo que hay que leer…

Quiere decir que es cierto: leer alarga la vida. Y eso no solo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas-, no. Hablo de vivir mas tiempo, literalmente hablando.
Claro que, finalmente, los lectores adictos también se mueren. Pero lo hacen tan a su pesar, tan aforrándose con uñas y dientes a la poquita vida que les va quedando…
(Catedral de Santander, sepulcro de don Marcelino Menéndez y Pelayo, una de las estatuas funerarias mas bellas de España. De larga barba y hábito de monje, don Marcelino duerme el sueño final. Y su cabeza se apoya en una almohada de libros. En los libros, una leyenda grabada: ¡Qué lástima morir cuando me queda tanto por leer!


A veces la resistencia del lector a morir es intolerable hasta ara la misma Muerte quien, condolida, se inclina a susurrar en los oídos del moribundo: “No temas, no desesperes, que el cielo debe ser una lectura continua e inagotable…” según dice Virginia Wolf, una escritora que ella, la muerte, conoce muy bien. Otras veces la muerte hace como que se confunde, como que se distrae, y mira para otro lado… y el que muere es uno que no tenia nada que ver, pero que andaba por el mundo sin un libro en la mano que lo protegiera de todo mal…

De lectores trata este libro. Y-quien dice leer dice escribir- también trata de escritores , esas bombas de tiempo, esos seres que nunca terminan de crecer y sentar cabeza. Fernando Pessoa, por ejemplo, que en el libro del desasosiego se pregunta: Dios me creó para niño y me dejó siempre niño. ¿pero por qué permitió que la vida me maltratase y me quitase los juguetes…?

Y también trata de maestros, y de chicos, y de risa, y de los primeros encuentros con los libros, y del derecho a la fantasía, y de lo siniestro, y de la felicidad, y del miedo, la emoción más antigua (H.P. Lovecraft) que está en el origen de toda creación…

Son alguno de los temas que tomo en los cuales fui reflexionando a lo largo de estos últimos años. Los mismos temas enfocados desde diferentes puntos de vista. Y que se van ampliando, como los círculos en el agua. Después de todo, uno habla apenas de sus obsesiones. De lo que puede, no de lo que quiere. Y desde donde puede, que en mi caso suele ser el humor y la infancia

3 comentarios:

  1. Yo pienso lo mismo, !!cuántos libros me quedarán por leer!! La biblioteca de la Asociación de Jubiladas Docentes de Adrogué lleva el nombre de Graciela Beatriz Cabal, ella pasó por el lugar y dejó un recuerdo imborrable

    ResponderEliminar
  2. Al menos si no consigo el libro..la lectura de este porólogo me llenó el alma esta mañana...GRACIAS!

    ResponderEliminar