"Nunca es tarde"
Dora Apo
Al cumplir los cincuenta, quedé viuda.
Después de repartir la herencia, un terreno y la casa entre los cinco hijos, me fui a vivir con Ercilia, mi hermana soltera sin estrenar, pero con ternura de sobra.
Me recibió en su casa y me agobió con mimos, desesperada para que olvidara, sin saber que lo que más me gustaba era, por fin, tenerlo encerrado entre cuatro tablas y para siempre.
Nunca me ahorró dolores y como broche final se murió de a poco y maldiciendo.
Todos los domingos, deber de viuda decente pueblerina, iba al cementerio a limpiar, lustrar los bronces y a sentarme en el banco frente a su retrato que me miraba victorioso desde la cruz. Sabía que lo que me esperaba era para siempre.
El nuevo sepulturero se llamaba Nemesio (lo supe después), le calcule más o menos cuarenta años, flaco, alto como arco de pérgola. Al principio, mudo, se acercaba y sin dejarme hacer mi rutina, lustraba y acomodaba la tumba, mientras yo complacida lo miraba. Al cuarto domingo, después de terminar su labor se sentó a mi lado y la charla comenzó con el cuidado de las flores para luego ampliarse hasta la forma de cocinar un pollo.
Con el tiempo traje el termo con el café y los bollos de miel...
La mañana del domingo se convirtió para ambos en una ráfaga donde los recuerdos y las confesiones se mezclaban, aprisionándonos.
La gente del pueblo comenzó a murmurar...
Si hasta me pareció ver un cambio en la mirada de la foto del finado, ahora estaba impregnada de rabia contenida. Decidí no preocuparme. Pero eso sí, cuando Nemesio se atrevió y tomó suavemente de la mano, el pasado se me vino encima y me apresuré a tapar con mi pañuelo de lino, el retrato.
Mis hijos se enteraron y decidieron venir a ponerme en vereda. -¡A su edad! Decían.
Pero la suerte nos favoreció. Justo ese domingo, cuando el sol mañereaba, a la salida del pueblo y en un carromato que nos prestó un amigo, nos fuimos para siempre a vivir nuestros amores.
La nota que dejé junto a la foto del difunto de ninguna manera fue una burla, como lo consideraron varias vecinas, seguro con una pizca de envidia e impotencia. A lo mejor la dictó la rutina o tal vez el que dirán, quedar bien, mis cincuenta años en el pueblo, no es tan fácil zafarse de nuestra historia, sólo se que de corrido la escribí y así quedó:
“Queridos hijos:
No se olviden de regar y limpiar la tumba de vuestro amado padre. Sobre todo ahora que le va a faltar el cariño y cuidado que Nemesio y yo le dimos.
Besos, Mamá”
No hay comentarios:
Publicar un comentario