martes, 6 de julio de 2010

Cuento narrado el 6 de julio


"Nunca es tarde"

Dora Apo


Al cumplir los cincuenta, quedé viuda.

Después de repartir la herencia, un terreno y la casa entre los cinco hijos, me fui a vivir con Ercilia, mi hermana soltera sin estrenar, pero con ternura de sobra.

Me recibió en su casa y me agobió con mimos, desesperada para que olvidara, sin saber que lo que más me gustaba era, por fin, tenerlo encerrado entre cuatro tablas y para siempre.

Nunca me ahorró dolores y como broche final se murió de a poco y maldiciendo.

Todos los domingos, deber de viuda decente pueblerina, iba al cementerio a limpiar, lustrar los bronces y a sentarme en el banco frente a su retrato que me miraba victorioso desde la cruz. Sabía que lo que me esperaba era para siempre.

El nuevo sepulturero se llamaba Nemesio (lo supe después), le calcule más o menos cuarenta años, flaco, alto como arco de pérgola. Al principio, mudo, se acercaba y sin dejarme hacer mi rutina, lustraba y acomodaba la tumba, mientras yo complacida lo miraba. Al cuarto domingo, después de terminar su labor se sentó a mi lado y la charla comenzó con el cuidado de las flores para luego ampliarse hasta la forma de cocinar un pollo.

Con el tiempo traje el termo con el café y los bollos de miel...

La mañana del domingo se convirtió para ambos en una ráfaga donde los recuerdos y las confesiones se mezclaban, aprisionándonos.

La gente del pueblo comenzó a murmurar...

Si hasta me pareció ver un cambio en la mirada de la foto del finado, ahora estaba impregnada de rabia contenida. Decidí no preocuparme. Pero eso sí, cuando Nemesio se atrevió y tomó suavemente de la mano, el pasado se me vino encima y me apresuré a tapar con mi pañuelo de lino, el retrato.

Mis hijos se enteraron y decidieron venir a ponerme en vereda. -¡A su edad! Decían.

Pero la suerte nos favoreció. Justo ese domingo, cuando el sol mañereaba, a la salida del pueblo y en un carromato que nos prestó un amigo, nos fuimos para siempre a vivir nuestros amores.

La nota que dejé junto a la foto del difunto de ninguna manera fue una burla, como lo consideraron varias vecinas, seguro con una pizca de envidia e impotencia. A lo mejor la dictó la rutina o tal vez el que dirán, quedar bien, mis cincuenta años en el pueblo, no es tan fácil zafarse de nuestra historia, sólo se que de corrido la escribí y así quedó:

“Queridos hijos:

No se olviden de regar y limpiar la tumba de vuestro amado padre. Sobre todo ahora que le va a faltar el cariño y cuidado que Nemesio y yo le dimos.

Besos, Mamá”


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