martes, 13 de julio de 2010

19 de julio: Pisa Pisuela (para los mas chicos)


Pisa pisuela
Narración oral para los mas chicos
Alejandra Del Bueno, Ana Cherñak y Raúl Cuevas
Lunes 19 de julio a las 17.30 hs
Fusión Bar, Florida 328 - C.A.B.A.
Entrada libre

17 de julio: Cuentópulos


Cuentópulos
Narración oral de mitos y leyendas
Celina Ballón, Juan José Decuzzi y Raúl Cuevas
Sábado 17 de julio a las 20.00 hs
Fusión Bar, Florida 328 - C.A.B.A.
Entrada libre

Historias Chiquititas

Historias chiquititas
Narración oral para los mas chicos
Claudio Ledesma y Raúl Cuevas
Miércoles 14 de julio a las 12.30
Feria del Libro Infantil
Centro de Exposiciones, Pueyrredón y Figueroa Alcorta

martes, 6 de julio de 2010

Cuento narrado el 6 de julio


"Nunca es tarde"

Dora Apo


Al cumplir los cincuenta, quedé viuda.

Después de repartir la herencia, un terreno y la casa entre los cinco hijos, me fui a vivir con Ercilia, mi hermana soltera sin estrenar, pero con ternura de sobra.

Me recibió en su casa y me agobió con mimos, desesperada para que olvidara, sin saber que lo que más me gustaba era, por fin, tenerlo encerrado entre cuatro tablas y para siempre.

Nunca me ahorró dolores y como broche final se murió de a poco y maldiciendo.

Todos los domingos, deber de viuda decente pueblerina, iba al cementerio a limpiar, lustrar los bronces y a sentarme en el banco frente a su retrato que me miraba victorioso desde la cruz. Sabía que lo que me esperaba era para siempre.

El nuevo sepulturero se llamaba Nemesio (lo supe después), le calcule más o menos cuarenta años, flaco, alto como arco de pérgola. Al principio, mudo, se acercaba y sin dejarme hacer mi rutina, lustraba y acomodaba la tumba, mientras yo complacida lo miraba. Al cuarto domingo, después de terminar su labor se sentó a mi lado y la charla comenzó con el cuidado de las flores para luego ampliarse hasta la forma de cocinar un pollo.

Con el tiempo traje el termo con el café y los bollos de miel...

La mañana del domingo se convirtió para ambos en una ráfaga donde los recuerdos y las confesiones se mezclaban, aprisionándonos.

La gente del pueblo comenzó a murmurar...

Si hasta me pareció ver un cambio en la mirada de la foto del finado, ahora estaba impregnada de rabia contenida. Decidí no preocuparme. Pero eso sí, cuando Nemesio se atrevió y tomó suavemente de la mano, el pasado se me vino encima y me apresuré a tapar con mi pañuelo de lino, el retrato.

Mis hijos se enteraron y decidieron venir a ponerme en vereda. -¡A su edad! Decían.

Pero la suerte nos favoreció. Justo ese domingo, cuando el sol mañereaba, a la salida del pueblo y en un carromato que nos prestó un amigo, nos fuimos para siempre a vivir nuestros amores.

La nota que dejé junto a la foto del difunto de ninguna manera fue una burla, como lo consideraron varias vecinas, seguro con una pizca de envidia e impotencia. A lo mejor la dictó la rutina o tal vez el que dirán, quedar bien, mis cincuenta años en el pueblo, no es tan fácil zafarse de nuestra historia, sólo se que de corrido la escribí y así quedó:

“Queridos hijos:

No se olviden de regar y limpiar la tumba de vuestro amado padre. Sobre todo ahora que le va a faltar el cariño y cuidado que Nemesio y yo le dimos.

Besos, Mamá”


Cuento narrado el 30 de junio


Los Pérez festejan

Ricardo Mariño

Todo empezó cuando al abuelo José se le ocurrió invitar a familiares que hacía mucho no veía. Y para no perder tiempo enviando cartas, decidió que lo mejor sería colocar un aviso en el diario. El aviso decía con grandes letras:
¡REENCUENTRO! JOSÉ PÉREZ DESEA PASAR LA FIESTA DE FIN DE AÑO JUNTO A TODOS SUS PARIENTES!
Abajo se leía la dirección del abuelo y la fecha y la hora en que los esperaba. El aviso salió una semana antes de la fiesta. “Alguno va a venir”, dijo satisfecho el abuelo.
El 31 de diciembre a la mañana se sentó en la vereda a esperar la llegada de sus parientes. A media mañana arribó el primer grupo de Pérez. Eran doce Pérez que vivían en un pueblito pampeano que en total tenía trescientos habitantes. El abuelo se puso contentísimo. Enseguida llegaron cuatro autos cargados de Pérez.
Alguien avisó que en la estación de trenes había llegado un tren alquilado por tos Pérez de Córdoba. Del otro lado de la ciudad venían avanzando los Pérez de Rosario al grito de “Péreeez, es un sentimientooo que no puedo paraaarrrr...!”. Siguieron llegando Pérez: cinco en paracaídas y dos en helicóptero; un Pérez historiador que recordó a los grandes Pérez que hicieron gloriosa a la Patria y ochocientos Pérez apodados Ratón . También llegó un Pérez ladrón perseguido por un Pérez policía, y un Pérez sacerdote que bautizó a un Perecito recién nacido.
Al anochecer se armó una discusión entre los Pérez con acento y los Perez sin. Hubo empujones y corridas pero luego el entredicho derivó en una gresca entre los Peres con “ese” y los Perez con zeta . Después todos se unieron contra los “Pérez y Pérez” a quienes acusaban de creerse superiores.
Fue en ese momento cuando el abuelo José Pérez (una encuesta reveló que la mitad de los Pérez de la fiesta se llamaban “José”), tomó un micrófono y habló pidiendo calma. Dijo que ninguna rencilla debía dividir a los Pérez en un momento tan glorioso. Los Pérez son muchos, saben escuchar las palabras sensatas y en los momentos difíciles demuestran ser muy organizados.
Rápidamente se armó una gigantesca cena para doscientos setenta mil Pérez, elaborada por ciento veinte Pérez cocineros y servida por diez mil mozos Pérez. Fue una noche maravillosa. Había Pérez cantantes, Pérez equilibristas, niños prodigio Pérez, Pérez bailarines y cientos de atracciones Pérez.
El abuelo se divirtió como nunca y sólo lamentó no tener tiempo de charlar con cada invitado para ver de dónde eran parientes.
La abuelita, que primero protestó por la idea descabellada del abuelo, ahora estaba contenta. En lo mejor de la fiesta le dijo al abuelo que para el año siguiente podían volver a invitar a los Pérez, pero que ella también quería invitar a sus parientes: ¡los Rodríguez!