miércoles, 23 de junio de 2010

22 de junio: nos visitó Matías Sotelo


Nos visitó Matias Sotelo quien utiliza los cuentos como herramienta terapéutica en su labor como instrumentador quirúrgico.
Contó sus expeiencias y nos regaló un cuento de Eduardo Galeano.
¡Muchas gracias, Matías!


Nochebuena

Eduardo Galeano

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.












"La emoción mas antigua" Graciela Cabal


Prólogo de



“La emoción mas antigua”


Graciela Beatriz Cabal



Dicen que los coleccionistas suelen ser personas de larga vida. Parece que a ellos nunca les llega la hora de morirse. Mejor dicho, sí, les llega, igual que a todo el mundo, pero los coleccionistas se resisten a morir. Y no se mueren. ¿Y eso por qué? Porque a su colección- mas bien a sus colecciones- siempre les anda faltando algo…
Caso parecido, creo yo, es el de los lectores. Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor, de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “¿Y ahora, qué va a ser de mi?”.

Mi papá era un lector de ésos. “Todavía no me puedo morir –decía, disculpándose-:tengo que terminar El otoño del patriarca…” Y no se moría. Porque antes de terminar ese libro ya empezaba otro. Y entonces era cosa de nunca acabar. Una estrategia, como cualquier otra. Es que para lectores así, la muerte es un verdadero escándalo. Con todo lo que hay que leer…

Quiere decir que es cierto: leer alarga la vida. Y eso no solo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas-, no. Hablo de vivir mas tiempo, literalmente hablando.
Claro que, finalmente, los lectores adictos también se mueren. Pero lo hacen tan a su pesar, tan aforrándose con uñas y dientes a la poquita vida que les va quedando…
(Catedral de Santander, sepulcro de don Marcelino Menéndez y Pelayo, una de las estatuas funerarias mas bellas de España. De larga barba y hábito de monje, don Marcelino duerme el sueño final. Y su cabeza se apoya en una almohada de libros. En los libros, una leyenda grabada: ¡Qué lástima morir cuando me queda tanto por leer!


A veces la resistencia del lector a morir es intolerable hasta ara la misma Muerte quien, condolida, se inclina a susurrar en los oídos del moribundo: “No temas, no desesperes, que el cielo debe ser una lectura continua e inagotable…” según dice Virginia Wolf, una escritora que ella, la muerte, conoce muy bien. Otras veces la muerte hace como que se confunde, como que se distrae, y mira para otro lado… y el que muere es uno que no tenia nada que ver, pero que andaba por el mundo sin un libro en la mano que lo protegiera de todo mal…

De lectores trata este libro. Y-quien dice leer dice escribir- también trata de escritores , esas bombas de tiempo, esos seres que nunca terminan de crecer y sentar cabeza. Fernando Pessoa, por ejemplo, que en el libro del desasosiego se pregunta: Dios me creó para niño y me dejó siempre niño. ¿pero por qué permitió que la vida me maltratase y me quitase los juguetes…?

Y también trata de maestros, y de chicos, y de risa, y de los primeros encuentros con los libros, y del derecho a la fantasía, y de lo siniestro, y de la felicidad, y del miedo, la emoción más antigua (H.P. Lovecraft) que está en el origen de toda creación…

Son alguno de los temas que tomo en los cuales fui reflexionando a lo largo de estos últimos años. Los mismos temas enfocados desde diferentes puntos de vista. Y que se van ampliando, como los círculos en el agua. Después de todo, uno habla apenas de sus obsesiones. De lo que puede, no de lo que quiere. Y desde donde puede, que en mi caso suele ser el humor y la infancia

martes, 22 de junio de 2010

"Miedo" (Graciela Beatríz Cabal


Miedo


Graciela Beatríz Cabal

Había una vez un chico que tenía miedo.
Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.
Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las orejas.
Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.
Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes.
Mucho miedo tenía ese chico.
Entonces, la mamá lo Ilevó aI doctor.
Y el doctor le recetó al chico un jarabe para no tener miedo (amargo era el jarabe).
Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:
-iBasta de andar teniendo miedo, vos!- le dijo -. ¡Yo nunca tuve miedo cuando era chico!
Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:
-¡ La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!
El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a las personas altas, a las personas bajitas.
Y también a los jarabes amargos, a los retos y a las burlas.
Mucho miedo seguía teniendo ese chico.
Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.
Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de persona altas.
El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá.
Y fue ahí que vio a una persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama.
Blanco y negro era el perro. Con manchitas.
Muy flaco y muy sucio estaba el perro.
Y al chico le agarró una cosa acá, en el medio del ombligo.
Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado, sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.
La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se fue.
Y el chico volvió al banco.
Y el perro lo siguió al chico. Y se sentó al lado.
-No es de nadie- dijo el chico -.¿lo Ilevamos?
-No- dijo la mamá.
-Sí- dijo el chico -. Lo Ilevamos.
En la casa la mamá lo bañó al perro.
Pero el perro tenía hambre.
El chico le dio leche y un poco de polenta del mediodía.
Pero el perro seguía teniendo hambre. Mucha hambre tenía ese perro.
Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones de las personas bajitas.
Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir.
Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.
Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo.
Tiene perro.











"Ayer soñé que me moría"



“Ayer soñé que me moría”


Fragmento del prólogo de “Doce cuentos peregrinos”


Gabriel García Márquez






Soñé que asistía a mi propio entierro, de pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un animo de fiesta.

Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo mas que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos, los mas antiguos, los mas queridos, los que no veía desde hacia mas tiempo.

Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intente acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mi se había acabado la fiesta. –“Eres el único que no puede irse”-, me dijo.

Solo entonces comprendí que morir es no estar nunca mas con los amigos.

"Como nació la risa"


Cómo nació la risa

Liliana Bodoc

. Esto ocurrió cuando los Mombres eran lo que eran, sin sandalias, sin ropa y sin ornamentos.
. Esto pasó cuando las únicas casas eran cuevas y las únicas tumbas eran los grandes hormigueros.

. ¡Ay de los Mombres, en ese entonces!

. Un grupo de ellos así estaba, tiritando y sin rumbo. Sin saber hacia dónde caminar, rodeados de animales feroces y de alimañas.

. ¡Ay de los Mombres, en ese entonces!

. Fue entonces que aparecieron otros seres, parecidos a ellos, aunque no idénticos.
. Porque tenían dos ojos en el rostro, pero también otros dos ojos, alzados y tersos, en el pecho.
. Y tenían una boca debajo de la nariz, pero también otra entre las piernas.
. Porque pronunciaban sonidos. Pero mucho más dulces. Y dijeron que se llamaban Meres
. Los Mombres las miraron y supieron que, hasta ese día, habían sido solamente una mitad. Por eso tiritaban y tenían miedo.
. Las Meres pensaron igual, y se acercaron.
. Extendieron las manos, las voces, las piernas, hamacaron sus cuerpos.
. Mombres y Meres... Meres y Mombres...
. Un rato después, un nuevo sonido estremeció la tierra. Un sonido que a todos les pareció bello.
. Los Mombres reían, y reían las Meres.
. El mundo copulaba, muerto de amor, muerto de risa.

jueves, 10 de junio de 2010

sábado 12 de junio: "Musitando palabras de amor"


Musitando palabras de amor
Marita von Saltzen y Raúl Cuevas
Sábado 12 de junio a las 20.00 horas
Fusión Bar, Florida 328 . C.A.B.A.
Entrada libre


http://www.fusionbar.com.ar/

LA BIBLIOTECA (Cuento narrado el 8 de junio)



La Biblioteca

Graciela Beatriz Cabal



Lo digo sin falsas modestias: yo fui siempre la mejor en eso de leer a viva voz.
Y leer a viva voz no era moco de pavo: había que levantar la mirada unas tres o cuatro palabras antes del punto final. Y contar (mentalmente, sin mover los labios, porque si no, no valía): uno, en cada coma; uno, dos, en cada punto y coma; uno, dos, tres en cada punto seguido; uno, dos, tres, cuatro, en cada punto y aparte. (Siempre me pareció una exageración la pausa después del punto y aparte, pero lo decía la maestra, así que...)
Y ahí no acababa la cosa: había que distinguir la b labial de la v labiodental (¿por qué labiodental no va con v labiodental sino con b labial? Misterio), y la ce de la ese y de la zeta, y la ge de la jota. Y aspirar la hache. Y acompañar cada acento con un movimiento seco de la cabeza.

-Cabal, al frente- me decía la señorita.
Entonces yo pasaba y leía perfecto. Y todas las niñas seguían la lectura en sus libros. Pero no con el dedo (a partir de primero superior, el dedo estaba terminantemente prohibido), sino con la vista.
-¡Aaaaalto!- gritaba de repente la señorita-. Siga usted –decía señalando a alguna niña papamoscas.
-Ehhhhh... Mmmmmm... –se desesperaba la papamoscas sudando sangre.
-¡A la Biblioteca! –le decía la Señorita mostrándole la puerta con el brazo extendido. Y después, dulcificando la voz, se dirigía a mi-. Continúe, Cabal.
¡Una habilidad tenia la Señorita para detectar papamoscas!
¡Yo no se como hacia Porque ellas, las papamoscas, aparentaban estar de lo mas interesadas en sus libros...
La cuestión es que , al final de la lectura, había tres o cuatro papamoscas en la Biblioteca.

La Biblioteca de mi escuela, conviene aclararlo, era un lugar mas bien oscuro (oscuro, bah), donde se guardaba el esqueleto, además de libros, claro. Pero no confundir: las niñas que iban a la Biblioteca no estaban castigadas (mi Señorita era enemiga de todo tipo de violencia moral o física)

Las niñas papamoscas, digo, iban a la Biblioteca a me-di-tar, cosa hasta divertida cuando había dos o tres papamoscas, pero mas bien inquietante cuando había una sola.

¡La Biblioteca de mi escuela! Con sus libros forraditos de azul araña y etiquetita cuadrada –bien altos para que no se arruinaran con el manoseo-, y su esqueleto –que un varón de la tarde había bautizado con un nombre irreproducible-. Y sus ventanas siempre cerradas, porque, ya se sabe: el sol decolora los libros y el polvo los destruye por completo.

La verdad, para leer mucho no se usaba la Biblioteca (muy a las perdidas, algún maestro, tratando de conseguir un dato)
Pero ahí estaba: LA BIBLIOTECA.

Claro que eran otras épocas.
Y los chicos de antes éramos distintos, yo que se: menos complicados, sin tanta vuelta. Y siempre obedecíamos a nuestros padres y a nuestros maestros. Porque ¿quién mejor que ellos para saber lo que era bueno y lo que era malo para nosotros?
Y un cachetazo no se le negaba a nadie.
Y todos con nuestras amígdalas bien extirpadas, sin anestesia, ni que decir, que los chicos de antes sufríamos menos y nos olvidábamos enseguida.
Y todos con nuestros sabañones en los dedos y en las orejas (que que se habrán hecho los sabañones, me pregunto)




Y las nenas de rosa, con las orejitas agujereadas, cosa de no convertirnos en machonas.
¿Y que? ¿No salimos Muy Bien? Sin tanto sicólogo, ni sicopedagogo... Sin tanta cosa rara.
Unas buenas inyecciones de hígado, mucho jugo de carne, unas ventosas si teníamos bronquitis, purga y enema semanales para estar bien limpitos por dentro, la antidiftérica en la mitad de la espalda, y sanseacabó.
De noche, a dormir a pata suelta, por mas ruidos extraños que vinieran de la cama grande. O taparse la cabeza con la almohada y recitar jaculatorias o fábulas o cosas de esas.

Claro que no todo eran rosas. Y siempre había alguna oveja negra, alguna manzana podrida que había que separar para que el resto no se contaminara.

Si. Eran otras épocas. Y como me di cuenta la vez pasada, cuando se me ocurrió ir de visita a mi escuela.
Esta linda mi escuela, con el mismo cuadro de los sembradores justito arriba de la puerta de la Biblioteca.
Y la Biblioteca... Tantas ganas tenia de entrar, que entre, me di el gusto.
¡Ay!
Lo único que se conserva es el esqueleto –pero un esqueleto que ya no mete miedo, por lo destartalado- y algunos libros de mi época, forraditos de azul araña y con su etiquetita cuadrada, allá, en los estantes altos.
Por lo demás, las ventanas abiertas de par en par, con el sol meciéndose por los rincones, decolorando todo; una muchacha de anteojos redondos que parecía una alumna y resulto la bibliotecaria; un montón de libros de cuentos, desparramados por la mesa de cualquier manera, sin forro, descuajeringados.
Ahí estaba yo, alelada, sosteniéndome el corazón con la mano, cuando una turba de chicos muertos de risa entro por la puerta y, sin saludar ni nada, se abalanzaron sobre los libros y después se tiraron sobre unos almohadones y hasta en el suelo, y se pusieron a leer... ¡O a hacer que leían! Porque algunos, lo puedo jurar, solo miraban las figuritas y otros iban de atrás para adelante, o se salteaban. ¡O mojaban el dedo, para dar vuelta las paginas!

Entonces yo, que todavía conservo el libro que me regalo mi Señorita de segundo, me acorde de ella. Y también de la que cazaba las papamoscas y que a mi nunca me retaba porque yo leía perfecto...
De todas me acorde.
Y también me acorde de mi, de la nena que fui y que de alguna manera todavía soy, y entonces me agarro una cosa tan...que se yo, que me acerque a la Bibliotecaria de los anteojos redondos y le dije:
Señorita, por favor. ¿me podría quedar un ratito aquí en la Biblioteca?

EL AUTO (cuento narrado el 1 de junio)


El auto

Julio César Castro

El que supo comprar auto fue Saltarín Bostezo.
Mejor dicho, lo compró la mujer, porque el no tenía visto auto ni en foto.
Una mañana se levantó y le dijo:
- Anoche soñé con auto y que salíamos a pasear en auto, así que tenemos que comprar
auto . ¿Me oíste che?

Sin decir palabra Saltarín Bostezo, agarró una madera, un tarro de pintura, un pincel y puso “ Se compra auto de cualquier marca y pelaje, tocar timbre”
En el rancho no había timbre, pero el puso tocar timbre pa que la gente buscando el timbre no lo molestara queriendole vender un auto. .
Pero un abombao de los que nunca faltan dentró al rancho, a preguntar donde quedaba el timbre, se encontró con la mujer...y le dijo que tenía a auto pa vender.
- ¿Cuantas puertas tiene?
- Cuatro.
- No me sirve, yo preciso nada más que dos, Una pa subir, otra pa bajar.
- Pero doña, las otras dos van de yapa. Las pone en el chiquero de los chanchos, no se le escapa ninguno, los chanchos no salen por puerta de auto.

Así fue como Saltarín Bostezo se hizo dueño de un auto.
Cuando llegó al rancho le preguntó a su mujer.
-¿Y eso que está ahí en la puerta que es chei ?
- Auto, ¿no ves la ruedas? Ahora somos gente de auto, así que fijate bien a quien saludás porque con auto no se puede estar saludando a cualquiera. Me oiste che?
El se quedó mirando el auto, nunca había visto uno. .

Todas las mañanas se levantaba y lo miraba.
De pronto se le ocurrió, fue a la cocina, agarró el mate, la pava, la yerba, la bombilla, y se sentó en el auto. (mostrar como toma mate)
Pero extrañaba el picoteo de los pollos en las patas. No era como estar en el patio, bajo el ciprés.
Empezó a jugar con los botones, los pedales, la palanca, las llaves, hasta que de pronto el auto sale como chijeta por los campos, atropellando vacas, avestruces, bichos de luz, bichos colorados.
Le pasó tan ligerito a una lechera que ni la vaca tuvo tiempo de darse cuenta de que se trataba, “Me habrá parecido” pensó y siguió pastando.
Pasó entre dos toros tan justito que si el auto tiene una mano más de pintura se lo rayan las guampas.
Ahhh. al agarrar la zona del campo arado, como rebotaba! cabeza en techo, culo en asiento, cabeza en techo, culo en asiento.
De pronto se acordó de que tenía tres pedales y apretó el más chiquitito, ahh, ya no veía ni los campos.

Mientras tanto en el boliche El Resorte estaba el tape Olmedo, en una mesa al lado de la ventana tomando unos vinos, cuando dijo.
- Allá viene algo, es un auto, y Saltarín Bostezo,
- no sería nada si vinieran separados pero Saltarín viene dentro del auto.
Viene derechiiito para el boliche, como si hubiera tomado puntería.

Rosadito Verdoso, sin saber que hacer, corría de un lau pa el otro. Un grupo de parroquianos, que no iban nunca, creyeron que era costumbre de la casa, y empezaron a correr también entre las mesas.
Alguien dijo, - Hay que tomar alguna medida, y tomaron la medida de la puerta.
El tape Olmedo dijo: Por acá no dentraría si vendría despacito, pero a la velocida que viene...no se.
- No es que quiera meterle miedo a naides, pero yo me voy.
Salió afuera, y vio el auto que venía haciendo eses, enseguida dentró,
- No es que quiera meterle miedo a naides, pero afuera la cosa está pior.

Rosadito Verdoso dijo que lo mejor era salir y reventarle unos higos en el radiador.
El pardo Santiago dijo que mucho mejor era tirarle tachuelas por delante, cosa que pinchara.
La Duvija dijo que lo mejor era levantar una paré de ladrillo a la vista, pero no prosperó.
Tatequieto Sordina estaba diciendo que era la última vez que paraba en ese boliche cuando se escuchó un ruido enorme, Splashhh (Todos se tapan los ojos y agachan la cabeza.) miraron hacia ajuera y vieron el Ombú, y arriba colgadito, Saltarín Bostezo... y el auto también.

martes, 1 de junio de 2010

Cuentos en los tiempos de Facebook


Cuentos en los tiempos de Facebook

Raúl Cuevas, Juan Sasiaín y Juan Jafella
Sábado 5 de junio a las 20.00 hs.
Fusión Bar. Florida 328. Subsuelo. Entrada libre